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sábado, 23 de agosto de 2014

La balanza de la vida: año de bienvenida... y despedida

 
Seguramente ya no queden "seguidores" de este blog.  En algún momento, acabarían tirando la toalla y olvidando su existencia, hastiados de regresar día tras día y encontrarse que no había novedades.  Me parece lógico, desde luego.  Demasiado tiempo por mi parte sin pasar por esta mi pequeña madriguera y dar señales de vida.

Sin embargo (y sin que sirva como excusa) he tenido la mente aquí en muchas ocasiones a lo largo de toda esta temporada de alejamiento.  Añorando asomarme de nuevo a esta ventana y guiñar un ojo -al lector y a mí misma- con un par de líneas.  Pero este último año de ausencia me he encontrado demasiado ocupada, sintiendo. 
 
A veces, incluso, me he sentido agotada de tanto sentir, valga la redundancia...  Y es que se ha tratado de una etapa potente y demoledora, un período de contrastes y extremos: por un lado, la felicidad absoluta de albergar en mi interior una vida y percibir maravillada cómo crece día a día y cómo finalmente alcanzo a descubrir su precioso rostro, a oler su maravilloso aroma, a sostener, a abrazar y saber que nada puede ser más perfecto... a tener la seguridad de que, de pronto, todo acaba de cobrar sentido.
 
Por otro lado, es como si esa radiante intensidad hubiese sido compensada, en una balanza implacable, con la tristeza y el dolor de acompañar en su camino hacia la muerte a una de las dos personas que me sostuvo y abrazó en mi despertar a este mundo.  Y es que... qué curioso que nueve meses hayan bastado para convertir una celulita en el increíble ser que traje al mundo, y ese mismo tiempo para deteriorar la salud de uno de los seres que me dio la vida.  Y qué bonito pensar que aún coincidieron durante unos meses para conocerse, mirarse y sonreírse...  A saber qué se contarían sus ojos con tantas cosas en común, ambos en ese trance, en ese misterioso lugar entre la vida y la muerte.
 
Ha sido, pues, un año de sinfonía de cajita de música, de fuegos artificiales y lluvias de estrellas.  Ha sido, también, un año de melodías fúnebres y tormentas despiadadas.  La niña que un día fui, irremediablemente ha estado presente durante casi todo el tiempo: mirándose como un reflejo en ese precioso bebé y aullando su pena al viento por un papá que no volverá.  Y yo, convertida en la mujer que hoy soy y consciente del "antes y el después" que ha supuesto este momento vital, he tratado de entregarle cada sonrisa que dedicaba a mi hija, por una parte, y por otra... de acariciar su rostro desconsolado e inundado en lágrimas... y llorar con ella.

2 comentarios:

¿Tiene el niño que llevas dentro algo que comentar?

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